Algo se está muriendo, algo nuevo puede estar germinando.
Cuando la muerte se presenta masiva, con intenciones de extinción, tal
vez no nos aterra nuestra propia muerte, sino las de los demás, esto indicaría
que realmente somos el otro, somos uno y somos la naturaleza. Este virus
criminal nos ha desnudado como individuos y como sociedad, nos ha puesto de
frente al vacío. Atónitos observamos nuestra fragilidad y nuestro YO, en
crescendo, ya sabe que llegó al final de su frenética carrera de hedonismo.
Por:
Domingó.
Somos naturaleza, una
parte de ella: pequeña, traviesa, frágil, y finita pero somos naturaleza, como
la semilla que se apresta a germinar o la mirada atenta del gato que contempla
el vacío eterno de la tarde que muere.
Nuestra fatalidad es
que siempre nos referimos a la naturaleza como el espacio que habitamos, algo
externo, nos maravillamos de ella, sus colores, sus flores, los amaneceres, los
puntitos luminosos en las noches despejadas, su variedad de animales y de
plantas. Nos asombran sus misterios, nos inspira y hemos desarrollado el
conocimiento que nos permite desentrañar cada vez más sus secretos. Por
extraños artilugios, no sentimos que somos naturaleza, la vemos y la sentimos
lejana, como seres superiores, posiblemente porque esto nos separa de la
conciencia frágil de nuestra existencia y preferimos sentir que el tiempo
eterno y nosotros somos uno. Así, la muerte la percibimos como cosa lejana y no
como el vaivén constante de la naturaleza, nuestra naturaleza, la naturaleza
que somos.
Es más fácil contemplar
la naturaleza desde nuestro trono de reyes inmortales, creer que estamos fuera
de ella, fuera de nosotros mismos, por encima de ella, por encima de nosotros
mismos, de ahí que las sociedades que hemos inventado privilegian la
discriminación, ya por color de piel o por diferencias culturales y creencias.
Todo en esta visión es dominación. “Dominarás la tierra, ejerced dominio sobre
los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre todo ser viviente que se
mueve sobre la tierra” Dice el génesis del vacío divino que por su poder
misterioso e incomprensible, dejaron tirado en los desiertos del tiempo los
primeros hombres que moldearon el poder a su antojo, que clamaron para sí la
absoluta dominación de la naturaleza, argumentando que el dominio implica
conocimiento de lo dominado y por tanto provecho para la sed de vanidades que
pronto recorrieron la esencia misma de sus modelos económicos, como extensión
administrativa de la riqueza de la naturaleza, de nuestra propia naturaleza.
A través de nuestra
historia como sociedad, no hemos hecho más que apartarnos de ella, que es como
apartarnos de nosotros mismos, convirtiéndonos en desconocidos.
Como ignotos de nuestra
esencia, hemos desarrollado los más brillantes avances tecnológicos, el
entretenimiento más asombroso para nuestros sentidos, la satisfacción plena de
consumir lo adorable, lo inocuo y lo necesario. Vemos en la naturaleza solo
energía para explotar, utilizar y tirar.
Nos prometimos que
todos podíamos ser reyes, que solo los mejores lo lograrían pero que todos
podían, si se esforzaban lo suficiente. Hicimos crecer en nosotros la fantasía que
nos hace creer que somos superiores a todo lo existente, para alejarnos de
nuestra fragilidad, profesando que hasta los mundos fuera del nuestro, podían
ser sometidos, ya que sabiéndonos superiores nos aterra como Blaise Pascal “el
silencio eterno de esos espacios infinitos”.
En nuestra carrera por
ser los reyes de toda la existencia, incluimos la injusticia, arrasamos por
razones ideológicas o de creencias, con millones de nuestra propia especie,
discriminamos a otros por considerarlos diferentes, creamos una escala de
valores que como motores siderales, impulsan nuestros más profundos desprecios,
empezamos a destruir nuestra propia casa común. Como ilusionistas, engañamos a
otros para hacerles creer que en esta carrera individual podían obtener la
corona. Olvidando que somos uno con el otro y uno con la naturaleza.
De pronto, en esa
alocada carrera, apareció un invisible coronado. Un extraño de la naturaleza
dominada, un diminuto ser que como bufón experto en artes malignas, tenía la
capacidad de viciar con la muerte a cada ser humano que se encontraba extasiado
corriendo para llegar a ser rey.
Sin que nadie lo
imaginara todo se paralizó, el extraño ruido del silencio que hace posible la
música más excelsa, empieza a surgir como la ayuda más prominente, ya que su presencia permite
preguntarnos sobre lo simple, lo esencial o lo complejo. ¿Es mi camino por la
vida una intricada construcción de Maurits Cornelis Escher? o tal vez las
preguntas más oportunas y simples que suelen ser las mejores. ¿Cuáles serán las
grandes lecciones para la vida que nos dejará esta pandemia? Porque después de
todo esto no podemos seguir siendo los mismos. Algo se está muriendo, algo
nuevo puede estar germinando. Cuando la muerte se presenta masiva, con
intenciones de extinción, tal vez no nos aterra nuestra propia muerte, sino las
de los demás, esto indicaría que realmente somos el otro, somos uno y somos la
naturaleza. Este virus criminal nos ha desnudado como individuos y como
sociedad, nos ha puesto de frente al vacío. Atónitos observamos nuestra
fragilidad y nuestro YO en crescendo ya sabe que llegó al final de su frenética
carrera de hedonismo.
Después cuando el aterrador
invisible coronado se atenué y posiblemente desaparezca. ¿Nos comprometeremos a
construir sociedades que reconozcan que somos naturaleza y parte de ella, y que
nuestra obsesión por sojuzgarla solo nos
puede traer muerte y destrucción? Que el
dominio más victorioso es solo sobre nuestra oscura fuerza. Consientes,
posiblemente, que nuestros sistemas de
creencias políticas, religiosas, económicas, ideológicas, filosóficas fallan ante seres invisibles pero reales.
Posiblemente aceptemos que nuestra mayor riqueza es nuestra diversidad cultural
y biológica y que esta riqueza nos pertenece a todos por igual, lo cual nos
hace responsables de su cuidado y protección. ¿Una sociedad nueva, distinta,
más ética, justa y equilibrada se aproxima? ¿Sacarán provecho los gobiernos de
esta situación para controlar de manera más efectiva a sus ciudadanos? ¿Se
empoderaran los ciudadanos para contrarrestar medidas antidemocráticas que
pueden surgir? O simplemente no
aprenderemos ninguna lección.
No queda más que desde
el silencio escuchar voces del pasado, como la de Blaise Pascal uno de los hombres más
inteligentes de su época, que ante la contemplación de la bastedad del Universo
expresaba: “Contemple el hombre, pues, la naturaleza entera en su elevada y
plena majestad, aparte su vista de los objetos bajos que la circundan.
Contemple esta resplandeciente luz colocada como una lámpara eterna para
alumbrar el universo, que la Tierra le parezca como un punto rodeado por la
vasta órbita que este astro describe y que se asombre de que esta vasta órbita
no es a su vez sino una fina punta respecto de la que abrazan los astros que
ruedan por el firmamento. Pero si nuestra vista se detiene aquí, que la
imaginación vaya más allá; antes se cansará ella de concebir que la naturaleza
de suministrar. Todo este mundo visible no es sino un rasgo imperceptible en el
amplio seno de la naturaleza. No hay idea ninguna que se aproxime a ella.
Podemos dilatar cuanto queramos nuestras concepciones allende los espacios
imaginables, no alumbraremos sino átomos, a costa de la realidad de las cosas.
Es una esfera cuyo centro se halla por doquier y cuya circunferencia no se
encuentra en ninguna parte. Finalmente, es la más grande nota sensible de la
omnipotencia divina el que nuestra imaginación se pierda en este pensamiento.
Vuelto a sí mismo,
considere el hombre lo que es él a costa de lo que es; considérese perdido en
este cantón apartado de la naturaleza; y desde esta célula en que se halla
alojado, me refiero al universo, aprenda a estimar la tierra, los reinos, las
ciudades y a sí mismo en su justo precio. ¿Qué vale un hombre en el infinito?”.
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